La Santa Madre Iglesia no ha dudado en afirmar repetidamente
la legitimidad del culto tributado a las imágenes de Cristo, de su Madre y de
los Santos, y con frecuencia ha adoctrinado a los fieles sobre el significado
de este culto.
La
veneración a las imágenes de Santa María Virgen frecuentemente se manifiesta
adornando su cabeza con una corona real. Y cuando en la imagen la Santa Madre
de Dios lleva en los brazos a su divino Hijo se coronan ambas imágenes.
La
costumbre de representar a Santa María Virgen ceñida con corona regia data ya
de los tiempos del Concilio de Efeso (año 431), lo mismo en oriente que en
occidente.
La
costumbre de coronar las imágenes de Santa María Virgen fue propagada en
occidente por los fieles, religiosos o laicos, sobre todo desde finales del
siglo XVI. Los romanos Pontífices no sólo secundaron esta forma de piedad
popular, sino que, además, “muchas veces,
personalmente, con sus propias manos, o por medio de Obispos por ellos
delegados, coronaron imágenes de la Virgen Madre de Dios ya insignes por la
veneración pública”. (Pío XII).
Al
generalizarse esta costumbre se fue organizando el rito para la coronación de
las imágenes de Santa María, rito que fue incorporado a la liturgia romana en
el siglo XIX.
Con
este rito reafirma la Iglesia que Santa María con razón es tenida e invocada
como Reina, ya que es:
a)
Madre del Hijo de Dios y Rey mesiánico.
b)
Es colaboradora augusta del Redentor.
c)
Es miembro supereminente de la Iglesia. María es
la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más selecta de la Iglesia.
Ennoblece a todo el género humano.
d)
Es perfecta discípula de Cristo. Se hizo digna,
de modo eminente, de “la corona merecida”, “la corona de la vida”, “la corona
de la gloria” prometida a los fieles discípulos de Cristo; por ello, terminado
el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal. (Pablo VI).
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